Nuestros pensamientos, nuestros sentimientos, no sirven de nada si no los expresamos eficazmente.
Nuestro número, pocos o muchos, no sirve de nada si no nos quejamos, si no apoyamos a los que nos defienden.
Tenemos que actuar. Tenemos que participar. La democracia verdadera funciona así.
Hay que saltar al ruedo si queremos que cambien las cosas con las que no estamos de acuerdo.
Tenemos que abandonar nuestra postura de comodidad pensando que ya habrá otros que actuarán por nosotros.
Cuando el tema afecta a la esencia de nuestras condiciones de vida, tenemos que implicarnos, expresar nuestra opinión, quejarnos. Con los medios actuales es fácil y cómodo. No hay más que hacer una llamada de teléfono o enviar un mail. Os imagináis la reacción de nuestro Gobierno si al día siguiente de prohibir llevar líquidos en los aviones, recibiera 100.000, 500.000, 1.000.000 de mails de protesta. Sólo necesitamos hacer un clic con el ratón desde la comodidad de nuestro sillón. No haría falta llegar al aeropuerto y pacíficamente negarnos a pasar los controles, medida mucho más activa y decidida.
Pasividad electoral
La ausencia de grandes pasiones políticas y la urgencia insolidaria de lo cotidiano, vivimos con prisas, nos alejan de la vida política.
Una de las causas de la Abstención, en las elecciones, es la tranquilidad de que no percibimos nuestra Democracia amenazada, junto con una oferta poco atractiva y novedosa de candidatos. Así, se demostró en las masivas movilizaciones tras el intento del Golpe de Tejero. Ahora, los franceses han tenido un par de candidatos bastante singulares y han votado en un elevadísimo porcentaje. ¿No ocurrirá que mayoritariamente no se percibe la libertad o la intimidad en peligro?
También ocurre que para reaccionar y salir de nuestra pasividad tenemos que sufrir un choque emocional como ocurrió cuando ETA asesinó al concejal M. A. Blanco o en la votación posterior al atentado en los trenes de Madrid.
Invitación a la reflexión
Finalmente, parece conveniente, como invitación a la reflexión, recordar aquellos celebres versos, atribuidos a Bertolt Brecht, pero que en realidad parece que son de Martin Niemöller (cuando respondió en 1945 a un estudiante acerca de por qué nadie se enfrentó a los nazis):
Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas,
guardé silencio, porque yo no era comunista.
guardé silencio, porque yo no era comunista.
Luego se llevaron a los judíos,
y no dije nada porque yo no era un judío.
Luego vinieron por los obreros,
y no dije nada porque no era ni obrero ni sindicalista.
Luego se metieron con los católicos,
y no dije nada porque yo era protestante.
Y cuando finalmente vinieron por mí,
no quedaba nadie para protestar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario