Ernest Colom escribe a La Vanguardia (que la publica en lugar destacado) la siguiente carta:
Soy un habitual usuario del puente aéreo, aunque ahora, con la nueva competencia del AVE, voy a cometer más de una infidelidad. Hay varios motivos de peso para optar por el cambio, aunque me referiré solamente a ciertas arbitrariedades que ocurren antes de que uno llegue a embarcar y que obligan a pasar por una serie de controles, a mi modo de ver, desmesurados y en ocasiones llevados a extremos un tanto irracionales. Pienso que otros usuarios coincidirán conmigo en estas apreciaciones. Mi última experiencia se remonta a la pasada semana: facturo mi equipaje para evitar el arco de seguridad de entrada a la terminal de embarque - ya que en una ocasión tuve que deshacer media maleta porque se apreciaba un objeto que se prestaba a confusión- y, tras despojarme de la calderilla, cinturón, móvil, etcétera, me encuentro con que me obligan a descalzarme y ponerme unos peúcos verdes de quirófano, ya que al parecer mis zapatos llevan algo que hace que suenen las alarmas (son unos mocasines normales, sin nada metálico a la vista). No me lo creo, pero es así, intento pasar con zapatos y la alarma suena, me los quito y paso con las prótesis que me han dado y efectivamente quedo libre de sospecha, ante la mirada y sonrisa sarcástica del empleado de seguridad de turno al que se le puede leer el pensamiento.
Ya en pleno vuelo (en esta ocasión disfruto de un billete en clase business) y una vez se sirve el correspondiente refrigerio, observo que nos facilitan cubiertos convencionales, cuchillo y tenedor metálicos, como los de muchos hogares, con los que si uno quiere y está medio majara puede intentar causar algún daño o crear alguna alarma dentro del avión. Curiosamente, al cabo de un par de días y a mi regreso de Madrid, ni tuve que descalzarme ni quitarme imperiosamente el cinturón, simplemente porque nadie me solicitó que lo hiciera. El motivo de mi escrito no es quejarme, sino simplemente reflejar una realidad que se ampara en no sé qué normativa, a mi modo de ver incongruente, y que no se aplica en todos los lugares por igual. Hace algún tiempo oí por la radio a algún diputado, y lamento no recordar su nombre, que precisamente criticaba experiencias parecidas, por lo que creo que hay una situación de no concordancia entre una supuesta normativa y la realidad de todo el proceso, máxime si tenemos en cuenta que si uno se cambia a la reciente competencia que ha generado el AVE, los controles o normativas de embarque nada tienen que ver. ¿En qué cambia el factor riesgo?
Ya en pleno vuelo (en esta ocasión disfruto de un billete en clase business) y una vez se sirve el correspondiente refrigerio, observo que nos facilitan cubiertos convencionales, cuchillo y tenedor metálicos, como los de muchos hogares, con los que si uno quiere y está medio majara puede intentar causar algún daño o crear alguna alarma dentro del avión. Curiosamente, al cabo de un par de días y a mi regreso de Madrid, ni tuve que descalzarme ni quitarme imperiosamente el cinturón, simplemente porque nadie me solicitó que lo hiciera. El motivo de mi escrito no es quejarme, sino simplemente reflejar una realidad que se ampara en no sé qué normativa, a mi modo de ver incongruente, y que no se aplica en todos los lugares por igual. Hace algún tiempo oí por la radio a algún diputado, y lamento no recordar su nombre, que precisamente criticaba experiencias parecidas, por lo que creo que hay una situación de no concordancia entre una supuesta normativa y la realidad de todo el proceso, máxime si tenemos en cuenta que si uno se cambia a la reciente competencia que ha generado el AVE, los controles o normativas de embarque nada tienen que ver. ¿En qué cambia el factor riesgo?
Mi Comentario: Los controles de seguridad de los aeropuertos a pesar de ser desproporcionados no consiguen ser eficaces, como han demostrado las pruebas que hacen las autoridades estadounidenses. Lo que sí que consiguen es cabrear al personal que los sufren que ve pisoteada su dignidad e intimidad, no así a nuestras autoridades o diputados que están exentos por el Ministro del Interior.
Son puro teatro pero me temo que acabarán instaurándose también en los trenes.
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