Un ejemplo clarificador son los eufemismos que se utilizan para designar la Tortura: “técnicas de interrogación de fuentes no colaboradoras”, “técnicas avanzadas de interrogatorio policial”, “técnicas de interrogación especiales”, “retirar la ropa” (en lugar de desnudar), “creatividad del interrogador”, “interrogatorio coercitivo”, etc.
Otras veces se afirma que se actúa cumpliendo la Convención de Ginebra (que prohíbe cualquier forma de tortura, crueldad o suplicio a los prisioneros) pero no se aplica a los “prisioneros” de la guerra de Bush contra El Mal ya que estos no son tales, son “combatientes enemigos” sin derechos. Por otra parte, Bush se ha otorgado el derecho a redefinir qué es Tortura y qué acciones no lo son, como la llamada simulación de ahogamiento que aunque haya sido prohibida por una ley, ha ejercido su potestad de vetarla para no cumplirla.
Por cierto, siguiendo con el tema de la tortura, creo que es fundamental que alguien haga un estudio sobre la colaboración necesaria que han tenido y tienen los científicos en la mejora de la eficacia de la tortura moderna que ha dejado la brutalidad sanguinaria de nuestra Inquisición en el olvido. Me refiero a los psiquiatras, psicólogos y médicos que han establecido los fundamentos de las nuevas técnicas de tortura que destruyen completamente la personalidad de la víctima mediante técnicas de privación sensorial y electroshock. Toda una revolución en este campo, como explica muy bien Noemí Klein en La Doctrina del Shock, con nombres y apellidos aunque no estén todos.
Los propios gremios de profesionales deberían expulsar a estos miembros que ensucian su profesión.
“Que las verdades no tengan complejos,
que las mentiras parezcan mentira,
que no te compren por menos de nada,
que no te compren por menos de nada,
que no te vendan amor sin espinas,
que no te duerman con cuentos de hadas,
que no te cierren el bar de la esquina”.
J. Sabina
J. Sabina
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