Leo en el Cultural de La Vanguardia del pasado 26 un interesante artículo de Andrés Hispano que no puedo dejar de comentar y resumir.
Los aeropuertos, de ser la antesala de la aventura, se han convertido en espacios marcados por rutinas y protocolos que, en nombre de la seguridad, ponen a prueba nuestro orgullo, sentido común y paciencia.
Antes los aeropuertos tenían un mirador desde el que disfrutábamos viendo los aviones en movimiento, ahora eso ya es nostalgia.
De hecho, ningún otro espacio público posee hoy la capacidad que tiene el aeropuerto para reflejar y definir nuestra relación con la autoridad. Aquí rige la vanguardia del contrato social pero ensayado a la baja. No faltan excusas: se buscan armas, gérmenes o “sin papeles”. Y por ello aceptamos que nos palpen, descalcen y fuercen a ritos cuestionables destinados a infundir sensación de seguridad.
La normativa responsable de tantas y sutiles humillaciones no resiste el filtro de la lógica, pero no puede decirse que sea inútil: educa en la docilidad a una masa acostumbrada a confundir sus derechos con su idiosincrasia.
Los aeropuertos son ahora heridas abiertas sobre las que aplicar medidas desesperadas, cataplasmas que adoptan las formas más impensables: bolsitas de plástico para llevar a la vista nuestro neceser, esponjas húmedas para desinfectar nuestro calzado, mascarillas capaces de detener una gripe . . .
En el aeropuerto se confunden uniformes públicos y privados, produciéndose una siniestra fusión de la autoridad empresarial y la pública. A ambas autoridades acabaremos obedeciendo sin distinción.
Además, el espacio del aeropuerto nos aclimata a resignarnos al menguante espacio que nos espera en el avión.
En su brutal neutralidad, el aeropuerto no miente: la ilusión termina aquí. No es hora de soñar con nuestro destino ni lugar para ciudadanos de piel fina. Concéntrese en los trámites, desconfíe de la gente y piense bien qué pasillo tomar. Y, sobre todo, no discuta ninguna petición ni decisión del agente uniformado.
Una consecuencia de todo lo anterior es el auge de los espacios VIP, que llegan a contar con sus propias terminales y aviones. Ya nos anuncian para el futuro aeropuertos exclusivos.
Mi experiencia en la nueva Terminal del aeropuerto de Barcelona me produjo perplejidad por la inmensidad de espacios, hasta ahora medio vacíos, y mejor dotados de cámaras de vigilancia que de asientos para descasar. Para remate, te impiden recoger a parientes y amigos si no es previo pago del aparcamiento.
OBSERVATORIO DEL DERECHO A LA INTIMIDAD Y AL LIBRE ALBEDRÍO
viernes, 28 de agosto de 2009
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