Stanley Kubrick nos anticipó en 1971, con la extraordinaria película La Naranja Mecánica, la ultraviolencia y crueldad sin motivo aparente que se producirán cada vez con mayor frecuencia en la sociedad futura. Kubrick, desbordado por la influencia negativa que la película estaba teniendo en Reino Unido decidió retirarla de las carteleras. Decisión plausible pero inútil. Los sucesos de salvajismo protagonizado por jóvenes van salpicando la Prensa, dejándonos sin palabras. Convirtiéndose en noticia repetida y rutinaria. Las víctimas suelen ser escogidas por su situación de indefensión.
Uno de estos sucesos, sucedido en diciembre pasado en el tranquilo pueblo de Palau-Saverdera (Girona), me ha calado especialmente.
Allí, una persona adulta vivia tranquilamente, haciendo trabajos agrícolas, en una caravana en las afueras del pueblo porque le gusta la montaña y la libertad, hasta que una noche, un grupo de jóvenes de 14 a 16 años con ropa paramilitar y encapuchados, vecinos de la zona, le atacan salvajemente y sin motivo con intención incluso de matarle.
Las noticias solo hablan de las lesiones corporales sufridas que es lo que tendrá en cuenta el juez, pero estas antes o después curan, mientras las secuelas de las lesiones psíquicas, son de difícil o imposible curación.
La policía ha detenido a los agresores pero han quedado en libertad por ser menores aunque algunos tienen antecedentes por actos violentos.
Ahora, la víctima ha tenido que ir a vivir a casa de su madre ya que la caravana ha quedado inservible por las lluvia de piedras que le lanzaron.
¿Para ejercer el derecho a vivir de forma diferente sin molestar a nadie hay que tener una escopeta?
¿Qué castigo merecen los jóvenes y sus padres?
¿Podemos evitar que vuelva a ocurrir?
Uno de estos sucesos, sucedido en diciembre pasado en el tranquilo pueblo de Palau-Saverdera (Girona), me ha calado especialmente.
Allí, una persona adulta vivia tranquilamente, haciendo trabajos agrícolas, en una caravana en las afueras del pueblo porque le gusta la montaña y la libertad, hasta que una noche, un grupo de jóvenes de 14 a 16 años con ropa paramilitar y encapuchados, vecinos de la zona, le atacan salvajemente y sin motivo con intención incluso de matarle.
Las noticias solo hablan de las lesiones corporales sufridas que es lo que tendrá en cuenta el juez, pero estas antes o después curan, mientras las secuelas de las lesiones psíquicas, son de difícil o imposible curación.
La policía ha detenido a los agresores pero han quedado en libertad por ser menores aunque algunos tienen antecedentes por actos violentos.
Ahora, la víctima ha tenido que ir a vivir a casa de su madre ya que la caravana ha quedado inservible por las lluvia de piedras que le lanzaron.
¿Para ejercer el derecho a vivir de forma diferente sin molestar a nadie hay que tener una escopeta?
¿Qué castigo merecen los jóvenes y sus padres?
¿Podemos evitar que vuelva a ocurrir?
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1 comentario:
En nuestro camino hacia un mundo mejor, parece ser que hemos de soportar los agravios de los que aún no saben vivir en libertad responsable.
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