Dicen que para muestra basta un botón. Después de leer esta carta, en La Vanguardia del pasado11, ¿quién piensa que no están ganando los terroristas o se trata de un daño colateral más?
La carta
El 5 de febrero me dirigí al aeropuerto de El Prat para coger un vuelo hacia París. Tres días en esa ciudad eran mi recompensa a los seis últimos meses: en julio me detectaron un cáncer de pecho y tuve que pasar por interminables sesiones de quimioterapia.
Llegué a la T1 e hice cola para pasar por el control de seguridad. El detector de metales no pitó, así que creí que eso sería todo. Pero cuál fue mi sorpresa cuando la vigilante me pidió que me quitara el pañuelo que cubre mi cabeza. Me quedé estupefacta, sin palabras. Le pregunté el porqué, y su respuesta fue que se le pide a todo el mundo que lleve la cabeza cubierta. La situación me superó: bajé la vista y dejé al descubierto mi cabeza. La cara de la vigilante fue un drama: se dio perfectamente cuenta del sinsentido y de lo humillante de su petición. Yo no pude hacer otra cosa que echarme a llorar. Me sentí totalmente humillada e impotente. Y también culpable por no haber sabido plantar cara; pero la absurdidad de la situación me dejó bloqueada. ¿Cómo- podemos dejar que soslayen nuestras libertades individuales de este modo? Si el detector de metales asegura que no los llevo, ¿qué piensan que puedo esconder bajo el pañuelo?
Esto es un claro ejemplo de la pérdida de libertades que sufrimos en aras de la seguridad. La arbitrariedad de las medidas que toman son indignantes. La presunción de inocencia es algo que ignoran: todos somos potenciales terroristas. Y si llevas pañuelo en la cabeza, más aún.
Mara Fuentes Wilson
OBSERVATORIO DEL DERECHO A LA INTIMIDAD Y AL LIBRE ALBEDRÍO
martes, 16 de febrero de 2010
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