A veces me pregunto si Marco Polo echaría de menos alguna vez las pantuflas y el sillón orejero. Y es que como en casa, en ningún sitio: con tu cervecita, tu ropa ridícula, en fin, tus cosas que te permiten ser tú mismo cuando te quitas la máscara.
La casa de uno, su templo, tampoco es sagrado ya. Ahora parece casa Pepe. Suena el teléfono y ¿qué? ¿Algún colega? ¿La familia? Eso no sería profanación. No. Es alguien que vende algo. Y parece normal. Sé que son ellos, lo veo en la pantallita. Así que no lo cojo. Pero nunca se rinden, llaman más tarde, otro día, a distintas horas, hasta que capitulas. Llegaron sin avisar, como en aquella peli de terror, y eso es lo que dan, terror. Al principio llamaban de vez en cuando. Ahora, en una semana pueden llamarte dos o tres diferentes. No tienen piedad, llaman a la hora de la siesta y te venden a su suegra. No les compréis nada, por favor. ¿No veis que luego es peor? ¿No veis que al final nos van a volver locos a todos?
Ernest Novella (carta al Magazine del 15 de junio)
OBSERVATORIO DEL DERECHO A LA INTIMIDAD Y AL LIBRE ALBEDRÍO
jueves, 19 de junio de 2008
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