OBSERVATORIO DEL DERECHO A LA INTIMIDAD Y AL LIBRE ALBEDRÍO

jueves, 16 de junio de 2011

Discutir, debatir, dialogar. Convivir

En nuestro pequeño espacio de individualidad disfrutamos haciendo lo que nos viene en gana, todo lo contrario ocurre en nuestras relaciones sociales, ya sea en el ámbito familiar, de amistades o en el laboral. En estos ámbitos, cualquier actuación debe conciliar los intereses de todos sus miembros, para mantener la armonía que exige la buena convivencia.
Gracias, o por culpa, de la maravillosa biodiversidad de los humanos, prácticamente no hay dos personas que coincidan en gustos e intereses al completo. Entonces surge la pregunta del millón, Dejando de lado las demasiado frecuentes situaciones de ruptura de la convivencia, ¿Cómo podemos conseguir convivir con suficiente armonía?

Así, un tema aparentemente simple como es el organizar una cena que reúna a un grupo excompañeros de estudio que hace más de 20 años no se han visto, será un reflejo las actitudes personales de los convocados.
Lógicamente cada convocado tiene unos gustos gastronómicos y unas posibilidades económicas diferentes al resto, lo que podría provocar un debate. Si las actitudes personales son flexibles, todos aceptarán la propuesta mayoritaria, pero si hay varios que se atrincheran en una postura inflexible y no consiguen que sea asumida por el resto, sólo caben posibles finales negativos. Bloquear con discusiones infinitas la organización e impedir que la propuesta de reunión prospere, asumir con victimismo la decisión de la mayoría y asistir con actitud negativa haciendo patente la disconformidad permanentemente, o la más radical: desmarcarse y no participar o organizar otra cena diferente para la minoría discrepante.
Cuando no consideramos temas irrenunciables (en este caso un ejemplo podría ser, ir a cenar e intentar marcharse sin pagar) la flexibilidad de la actitud debería estar modulada por el objetivo principal de la reunión que no es otro que el reencuentro después de años con nuestros compañeros de estudios para pasar un rato estupendo recordando anécdotas y batallitas de aquella entrañable época de nuestra juventud. La calidad de la comida o su precio más caro que nuestro nivel habitual de gastos, al cabo de los años serán anecdótas sin ninguna importancia.

Cuando defendemos públicamente nuestras opiniones e intereses, deberíamos hacerlo con flexibilidad y generosidad (los budistas quizá dirían con amor y altruismo). Según los psicólogos esta defensa puede ser, pasiva dejándose arrastrar por la mayoría, agresiva discutiendo ferozmente mediante gritos o amenazas para imponer nuestra opinión y derrotar al contrario, o asertiva, dialogando de forma constructiva y flexible con el fin de llegar a soluciones de consenso.
Si partimos de posturas inflexibles y nuestra única finalidad es conseguir que la mayoría las acepte, tenemos muchos números para frustrarnos, excepto que nuestra capacidad de liderazgo sea inmensa para convencer a la mayoría.

En cualquier ámbito de las relaciones sociales, todo es opinable y TODOS tenemos parte de razón pero nunca tendremos TODA la razón.

Para poder funcionar colectivamente hay que tomar decisiones prácticas y operativas. En unos casos las tomará el Jefe (militar o empresarial) en otros se tomarán por votación (caso de los Parlamentos) y más modernamente en otros, se tomarán tras un proceso, más o menos largo, de participación ciudadana que aúne posturas inicialmente diversas hacia una cierta unanimidad que haga innecesaria la votación final.

Lo ideal es conseguir que el colectivo tome las decisiones por unanimidad pero esto requiere de sus miembros una buena cultura democrática que lamentablemente no parece ser el caso, siendo frecuente que participemos exclusivamente para defender intereses personales y por tanto cualquier otra decisión que nos perjudique, aunque sea mínimamente, nos sea inasumible.

Debemos tener claro que una buena convivencia social es un inmenso beneficio para todos, aunque no se pueda contabilizar monetariamente, que compensará suficientemente nuestros sacrificios personales. Un ejemplo, el pago de impuestos. ¿Qué ocurriría en el hipotético caso de que no hubiera impuestos y tuviera que decidirse su creación? Un enfoque inmediato en el caso de que tuviéramos mucho dinero, y por tanto no necesitar servicios públicos ya que los podemos conseguir de forma privada, sería oponernos a los impuestos, pero si miramos el objetivo general de elevar la convivencia social, está claro que aunque nos toque pagar más que a otros, deberíamos apoyar la creación de impuestos (ahora no se trata de hablar sobre la justicia concreta de sus detalles). Por otra parte, el que cumpliendo la legalidad no paga impuestos o paga una escasa cantidad, no debería olvidar que su nivel de vida se debe a la generosidad del resto de ciudadanos. Practicamos habitualmente una inmensa solidaridad, ya sea la obligada por las leyes que nos hemos dotado o por una voluntariedad creciente.

En conclusión, creo necesario un esfuerzo personal previo para fomentar la tolerancia y la generosidad para que la participación política sea provechosa. En el fondo, es aplicar inteligencia social.

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